La clave de todo estaba, básicamente, en el diseño de la cámara. Debía ser lo suficientemente ligero como para que las palomas soportaran el peso y, además, tenía que tener un mecanismo automático para que las imágenes se capturasen por sí mismas desde las alturas (por motivos obvios).
Neubronner lo consiguió.
Hechas de aluminio y con un sistema neumático que controlaba el
intervalo de tiempo que transcurría entre el disparo automático de una
fotografía y el siguiente, la cámara creada por este boticario alemán
llegó a contar con 12 versiones distintas. Así, en 1907, Neubronner solicitó la patente
de este método para tomar fotografías desde el cielo, una petición que
fue rechazada por considerarse imposible - hombres de poca fe - que una
paloma llevara el peso de una cámara.
Tras aportar las pruebas necesarias, en diciembre de 1908, nuestro boticario consiguió su patente.
Con el tiempo, Neubronner utilizó el sistema no ya para conocer la ruta de sus palomas, sino para poder obtener fotografías desde el cielo por placer.
El boticario llevaba a las aves a unos 100 kilómetros de distancia de
su palomar, las soltaba y ellas volvían a casa haciendo lo que ahora
hace un satélite para Google Maps.
De hecho, a día de
hoy, podemos compararlas con cualquiera de las no pocas tecnologías que
hacen algo semejante. Por ejemplo, podemos decir que Neubronner
descubrió cien años antes (salvando las distancias, claro) los
omnipresentes drones. O, mejor dicho, su antecesor animal: estas palomas
llegaron a realizar una de las funciones más habituales de estas pequeñas: espiar desde las alturas.
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